El XII Encuentro Anual de Educación Médica, organizado entre la Fundación Lilly y la Universidad Complutense de Madrid, se trianguló en torno a las competencias transversales en el currículum, la simulación como actividad preclínica y la enseñanza por actividades profesionales confiables. La Fundación Practicum asistió al evento celebrado en el Eurofórum de San Lorenzo del Escorial, en el marco de los cursos de verano de la UCM, y tuvimos la oportunidad de charlar con la presidenta de la SEDEM, Milagros García Barbero. Aforo completo para una intensa jornada.
Madrid, 10 de julio de 2018. Para avanzar en la docencia de la Medicina, los profesores deben ceder el papel protagónico en el aula, asociado a las clases magistrales, y comprometerse con el de tutor que orienta y retroalimenta a los estudiantes. El cambio de paradigma pasa de enfatizar la enseñanza vertical a acentuar el propio proceso de aprendizaje. “Hace falta un profesor que sea capaz de contagiar actitudes; la tecnología por sí misma se queda corta”, abría la reunión Javier Arias Díaz, decano de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, en uno de sus primeros actos públicos, al haber asumido recientemente este cargo. Minutos después, Jesús Millán Núñez-Cortés, jefe de Servicio de Medicina Interna y presidente de la Comisión de Docencia del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, apuntaría que el cambio se resiste como consecuencia de planes de estudio en los que no ha penetrado la innovación.
Por su parte, Milagros García Barbero, profesora de Medicina Preventiva y Salud Pública en la Universidad Miguel Hernández de Elche (Alicante), manifestó que la rigidez del sistema educativo enturbia el escenario. “Mover una facultad de medicina es como tratar de mover un elefante cojo”, declaró en una intervención muy crítica con las administraciones. La también presidenta de la Sociedad Española de Educación Médica (SEDEM), aseveró que, si bien la sanidad española tiene una altísima calidad en competencias técnico-cínicas, hay deficiencias en el terreno de la gestión y el humanismo, en concreto en lo que se conoce como competencias huérfanas. De acuerdo con Jesús Corres González, Jefe de Estudios del Hospital Ramón y Cajal de Madrid, “se trata de conocimientos transversales basados en la gestión, la relación entre médico y paciente, la investigación, la comunicación y claves básicas del razonamiento clínico, entre otros”. Corres destacó que el desarrollo de competencias aparece por primera vez en el programa de Oncología de 2013.
En este punto, Salvador Espinosa Martínez, instructor de simulación clínica del Programa ECRM de la Sociedad Española de Emergencias (SEMES) y responsable del Centro de Simulación Clínica Avanzada de la Universidad Francisco de Vitoria, habló de la certificación de competencias. Para este profesional, en el centro de simulación, el estudiante de medicina es el responsable del paciente”. Además, se pueden trabajar elementos técnicos como la integración de la anamnesis y la exploración física al tiempo que permite ver habilidades como el trabajo en equipo, la comunicación y el liderazgo. Por ello, “la simulación sirve como herramienta evaluadora de las competencias adquiridas (saber, saber hacer, saber estar, poder hacer y querer hacer), pudiendo medir el rendimiento del alumno”. En opinión de Álvaro Castellanos, director del Área de Medicina Intensiva del Hospital La Fe de Valencia, “debemos evaluar para construir confianza, ayudar y asegurar”. En su caso, presentó un portafolio electrónico cuyo objeto es registrar los resultados de las actividades formativas de los médicos residentes.
Lo que no se evalúa se devalúa
Para Joaquín García-Estañ López, catedrático de Fisiología de la Universidad de Murcia, hay múltiples instrumentos de evaluación a disposición del docente. Se refirió a los mini ejercicios de evaluación clínica, a la evaluación directa, al uso de portafolios, a los ECOES y a los exámenes orales. Pero lo importante es que “lo que no se evalúa se devalúa y lo que se evalúa mal se deteriora”, manifestó recuperando las palabras del exministro de Educación Ángel Gabilondo. Previamente, Alicia Hamui Sutton, secretaria de Educación Médica de la Facultad Autónoma de México y premiada por la Cátedra de la Fundación Lilly la UCM por su proyecto MEDAPROC, había puesto de relieve la importancia de la práctica reflexiva. La mexicana definió las actividades profesionales confiables (APROC) como tareas clínicas que los aprendices deben realizar para lograr llevar a cabo sin supervisión. Así, “las APROC vinculan el perfil de competencias y la práctica clínica”.
En lo concerniente a modelos de éxito, Juan Antonio Vargas Núñez, decano de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid, mencionó el imperativo de “aprender haciendo”. En su opinión, “el profesor clínico debe impartir enseñanza a la cabecera del paciente”. Y, como broche, María Rosa Fenoll-Brunet, investigadora e históloga del Departamento de Ciencias Médicas Básicas de la Universidad Rovira i Virgili de Reus, en Tarragona, explicó que la evaluación de competencias clínicas tiene una triple función sumativa, formativa y de diagnóstico. “Su calidad -expresó- ha de calibrarse en torno a estándares validados”. Evaluar no consiste en emplear métodos individuales para mesurar el desempeño, conviene diseñar un proyecto educativo integral basado en competencias, siendo la evaluación el motor del aprendizaje y la garantía de seguridad del paciente. Demanda responsabilidad institucional y un aprendizaje a través de situaciones o tareas.
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