El primer indicio de la existencia de un reloj biológico podría rastrearse hasta la planta Mirabilis, cuyas hojas se abren hacia el sol de día y se cierran al anochecer. Aplicadas al ser humano, estas fluctuaciones se manifiestan en lo que se conoce como ritmo circadiano. Con esta analogía ha abierto su conferencia el Dr. Michael W. Young, premio Nobel de Medicina en 2017 y protagonista de la 37 Lección Memorial Fernández-Cruz. La Fundación Practicum ha acudido a la cita celebrada en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid para conocer las últimas contribuciones en el campo de la cronobiología.
Madrid, 19 de junio de 2018. La vida en la Tierra se acomoda a la rotación del planeta y, en paralelo, los horarios de nuestro organismo están definidos por las manecillas de nuestro reloj interno. Este reloj ajusta nuestra fisiología a las fases de la jornada y regula las funciones críticas, como el comportamiento, los niveles hormonales, el sueño, la temperatura corporal y el metabolismo. De ahí que el desajuste crónico entre el estilo de vida y el ritmo que marca el cronómetro interno se asocie con un mayor riesgo de sufrir trastornos mentales, alteraciones de la función cerebral, diabetes y hasta algunos tipos de cáncer. De todo esto ha hablado el premio Nobel de Medicina Michael W. Young en un encuentro que ha tenido lugar en el Hospital Clínico San Carlos de la capital española.
Invitado por la Fundación Fernández-Cruz, que le ha galardonado con la 37 Lección Memorial, el biólogo y genetista americano ha destacado que “uno de cada setenta y cinco europeos es portador de una mutación genética responsable de problemas del sueño”. Su intervención se ha centrado en los trastornos circadianos del sueño y ha expuesto el mecanismo genético que da cuerda al reloj. En 1984 el Dr. Young identificó el gen del período en las moscas de la fruta y, más tarde dio con la forma en que la proteína PER, cuyos niveles oscilan a lo largo del día en sincronía con el ritmo circadiano, influye en su actividad. En concreto, “el gen del periodo es uno de los que controla la existencia de ritmos locomotores”. Así, ante condiciones externas constantes, como la absoluta oscuridad, el insecto seguiría un patrón de movimiento de doce horas (permaneciendo quieto las doce siguientes) y una mutación podría alargar, acortar o abrogar estos ciclos.
Desde el siglo XVIII se buscaban los orígenes de estos ritmos, que ya se habían detectado en el abrir y cerrar de las hojas de las plantas. El trabajo del Dr. Young en la Universidad Rockefeller de Estados Unidos fue el detonante de las investigaciones sobre las oscilaciones de las variables biológicas en intervalos de veinticuatro horas, que pronto darían el salto de las moscas a los ratones y a los seres humanos. A partir de sus hallazgos, la comunidad científica ha constatado la entidad de este reloj que regula el sueño, las pautas alimenticias, la temperatura corporal e incluso la liberación de hormonas. “Hay que pensar que tenemos órganos que van a prestar atención a los horarios de las comidas, pero también van a estar pendientes de la luz del sol”, así que, por ejemplo, a la hora de viajar a través de distintas zonas horarias y hacer frente al jet lag, el Dr. Young recomienda “echarse una siesta y acoplarse a las horas de luz del destino.
Dormir poco acorta la vida
En la misma línea, el profesor de 69 años se ha referido a los turnos de trabajo nocturnos. En estos casos recomienda que en el lugar del trabajo se garantice que hay luz suficiente para no notar la ausencia del sol”. En general, las personas están programadas para dormir de noche y estar despiertas de día. Por eso quienes trabajan por turnos, se acuestan pegados a las pantallas o cambian continuamente sus husos horarios están alterando su ritmo circadiano y a largo plazo pueden experimentar graves problemas de salud. “Sabemos que la esperanza de vida se acorta si no se respeta un mínimo de horas de sueño”, ha señalado el Dr. Young. Por otra parte, “es cierto que existen personas diurnas y nocturnas y ser conscientes de nuestro lugar podría disparar la productividad".
“Los trastornos del sueño se consideran ya como un factor de riesgo-tóxico”, ha apuntado el presidente de la fundación convocante, Arturo Fernández-Cruz. En su opinión, el envejecimiento es un proceso complejo e irreversible, pero existen diferentes formas de envejecer. Esto es, el reloj biológico tiene plasticidad a la hora de programar el límite del techo de vida. “Todo lo que ocurre a nuestro alrededor, nos influye. Cada célula sufre diez mil lesiones diarias, pero tenemos mecanismos de protección, como son por ejemplo los telómeros. La medicina ya no es de precisión sino de hiperprecisión. Y gracias a ello, creo que es posible el aumento de la longevidad y por qué no, el que la muerte sea algún día una anécdota”, ha añadido el Dr. Fernández-Cruz.
Poner en hora la maquinaria
Nuestro bienestar peligra cuando hay un desajuste entre el entorno externo y el reloj biológico interno. Una solución sencilla pasa por intentar que los estímulos sean lo más regulares posibles, adecuando la hora de la comida o de hacer ejercicio”, ha planteado el Dr. Young. En general, la velocidad del siglo XXI está empeorando la calidad del sueño, lo que acarrea complicaciones endocrinas, psicológicas e inmunológicas, además de afectar al rendimiento cognitivo e incrementar el riesgo de hipertensión y de ictus. Recientemente, la Universidad Northwestern de Illinois (Estados Unidos) señalaba que nuestro reloj interno es capaz de marcar cómo y cuándo el páncreas ha de producir insulina. Otros estudios han ligado la inflamación crónica de bajo grado (asociada entre otros a la falta de sueño reparador) al cáncer. Estos ejemplos refuerzan la idea de que “los relojes que trabajan en las células son primordiales para la salud”, ha rematado el Dr. Young.
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